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Cordero al estilo arandino

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Publicado en el Diario El Comercio en el suplemento de Navidad, año 1998.

INGREDIENTES (4 personas)

Compra para 4 personas y un perro
- 2 cuartos de cordero lechal (los delanteros tienenmenos chicha, pero son más delicados y sabrosos)
- agua y sal

Así de estoico es el estilo arandino: el cordero, una fuente de barro, que dicen por allí que funciona mejor que la de acero, un fondillo de agua, y un puñado de sal, y fuego claro, que ahí es donde está el mayor secreto, porque el perfume que coge la carne cuando se hace con lumbre de leña, es el mejor aderezo que esta carne pueda llevar.

De este modo, mi más fiel consejo, es que vayan ustedes hoy a algún asador arandino (hay en Gijón y en Oviedo), y encarguen para el día 24 sus cuartos, que estén listos para las ocho de la tarde, y punto.
* Rectifico. Como pueden ver en el pie de foto, este artículo fue escrito en el año 1998, cuando no tenía conocimiento del
Asador La Miranda, uno de los mejores asadores de España, y bien digo de España, porque un servidor es bastante remilgado para estos platos castellanos y, sino están perfectos, no los trago. Por respeto a la hemeroteca no retiro el párrafo anterior, pero sí quiero aclarar que la información no es correcta, no recomiendo ningún otro asador en Asturias que no sea el ya citado Asador La Miranda, de hecho en Oviedo hay uno que desaconsejo vivamente.

Para los sufridores, la receta es como sigue.
Se colocan los cuartos en las fuentes de barro con lo abierto hacia arriba, y se salan por ese lado.
Con un fondillo abundante de agua, se hornean durante una hora a fuego flojo.
Luego se dan la vuelta (vigilar que la cazuela siempre tenga agua, que ahora ya será caldo), se sube un poco la temperatura, y deja hacer otros 45 minutos, o hasta que la piel quede dorada y crujiente.
* También creo oportuno decir que esta receta fue así redactada por necesidad del formato y he de apuntar que es totalmente desaconsejable seguirla. De hecho este es uno de los pocos platos que yo no preparo en mi casa porque es vital disponer de un gran horno mozárabe para lograr un auténtico lechazo. En Castilla usan hornos eléctricos en muchos asadores de prestigio, pero se trata de aparatos industriales muy sofisticados, con control de humedad, distintas etapas de temperatura controlada, etc.
 
Pueden ver toda la colección de recetas de mi restaurante, el Horno de Santa Teresa, pinchando en
La Cocina de mi madre

Si le interesa leer más sobre este tema, pínche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar en La Simbología de los alimentos


Cocido madrileño

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Publicado en el Diario El Comercio, año 1997

A primera vista el cocido de garbanzos parece un plato muy sencillo por aquello de que siempre las amas de casa españolas lo bordaban sin darle mayor importancia, sin embargo este es un plato realmente complejo en el que intervienen tantos factores de fracaso que, con descuidar uno solo, el resultado puede ser una auténtica bazofia.

La elección de los garbanzos es el primer paso y no basta con elegir los de máxima calidad, sino que hay que asegurarse de que sean de la última cosecha.
Unos garbanzos viejos nunca resultarán tiernos ni sabrosos.
Por otro lado está el compango.
Hay que olvidarse de los productos de la fabada ya que la capacidad de absorción de esta legumbre es muy inferior a la de les fabes y una abundancia de chorizo, o unos embutidos demasiado especiados pueden dar caldo tan fuerte que resultará imposible tomar como sopa.

En Galicia usan tocino y lacón rancio y salado, que necesita un remojo tan largo como los propios garbanzos y hasta aún un blanqueado previo (un hervor en agua que luego se tira), por el contrario en Cataluña usan embutidos sin apenas pimentón, lo que da un caldo muy suave pero con sabor poco tradicional.
En Madrid se suele poner la llamada pelota, que es una masa de miga de pan con huevo, tocino y perejil, que absorbe el exceso de sabor y desengrasa el guiso.
En cualquier caso lo que resulta fundamental es poner carne de ternera y pollo, ya que estas aportan mucha substancia y neutralizan el pimentón del chorizo.

Otra particularidad muy importante es controlar los tiempos de cocción de los distintos ingredientes ya que si ponemos todo a la vez nos encontraremos con que los garbanzos estarán como balines mientras las patatas se habrán deshecho por completo.
He aquí una receta facil para hacer un cocido.

La receta

En una olla grande ponemos toda la carne, cubrimos con abundante agua de manantial (o mineral) y llevamos al fuego.
Cuando rompe a hervir, retiramos la espuma de la superficie, añadimos otro tanto de agua fría, y los garbanzos que habrán estado a remojo toda la noche. Se lleva de nuevo al fuego y cuando rompa a hervir se deja cocer muy lentamente durante unas tres horas.
El tiempo es orientativo ya que el siguiente paso debe realizarse cuando los garbanzos estén ya bastante tiernos.
Se vuelve a espumar procurando retirar el exceso de grasa y se añaden las patatas peladas, la col partida en cuatro trozos y la morcilla pinchada por varios puntos para que no estalle.
A partir de ahí con otros veinte minutos de cocción lenta bastará para que todo quede a punto.
Luego se escurre el caldo para la sopa, y el resto se distribuye por productos en una fuente que mantenemos caliente en el horno.

Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio.

España crispada

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Publicado en la revista planetAVino Nº 47, Febrero/Marzo 2013

Al principio era una sensación, un pálpito, una paranoia, ahora es una evidencia palpable: estos señores que nos gobiernan tienen como principal intención crispar los ánimos de los españoles, aunque no sé con qué fin.

Llegará un día en que se analice lo que están haciendo, porque no cabe duda de que tras todas estas medidas hay un hijo del Dr. Mengele especializado en psicología de masas diseñando estrategias y analizando los comportamientos reactivos de los españolitos.
Hay que reconocer que son buenos, diabólicamente buenos, porque hace tan solo tres años, ya en plena crisis, quién más quién menos reivindicaba mayor salario, reducción de jornada y muchos más servicios públicos gratuitos de los que podía consumir, mientras que al inicio de este incierto año, todos aquellos levantiscos están agazapados, dando gracias al cielo por conservar su puesto de trabajo, en el que le han subido las horas y disminuido el sueldo, además de tener que pagar hasta para que venga una ambulancia a recogerte para hacer diálisis. 
Lo que sigo sin entender es lo de la crispación. ¿Para qué sirve? El historiador Manuel Tuñón de Lara defendía la tesis de que la derecha había creado un ambiente insostenible que justificase la contrarrevolución antes de que se produjese la revolución.
Es cierto que hay algunos fachas que ya no beben cava catalán ni comen queso Idiazábal, pero eso es pecata minuta, lo que me resulta absurdo e indignante es que, los unos por los otros, día a día, vemos como se acrecienta el odio entre catalanes y españoles (para mí es una entelequia, pero bueno, así lo dicen ellos), entre seguidores de izquierdas y derechas (con lo difícil que resulta ya poner la barrera), entre aficionados a Ronaldo y Messi, incluso entre defensores del pote y de la fabada (eso ya sí que tiene enjundia). Hasta en los foros de gastronomía la gente se tira a la yugular sin saber muy bien qué es lo que les ha ofendido (a mí casi me linchan por decir que el cerdo Pío negro vasco no debía ser nada especial, me tacharon de xenófobo, homófobo, racista y hasta ibérico. ¡Terrible!).
Según nos contaba el Tirano Proensa en el anterior número, parece ser que en las altas esferas del vino también vuelan cuchillos; el presidente de la Federación Española del Vino, el Boss Solís, como dice él, tiene las ideas tan claras como el Sr. Rato cuando se hizo cargo de Bankia, o sea, que los de arriba se van a llevar una rica tajada aunque el resto de los implicados, en este caso los bodegueros de calidad, se queden con el culo al aire y pidiendo bálsamo Bebé.
¿Revolución?. Yo llevo escuchando eso de que estamos como en el 36 desde que el almirante saltó al patio de las monjas, pero descuiden, los españoles solamente se han levantado cuando lo han ordenado los curas desde los púlpitos, y como ya solo van a misa los jubilados, pues no hay miedo.
La peña está disfrutando de lo lindo, MR sonriendo a las cámaras con su cara de pánfilo, Wert organizando la catequesis para la educación pública, De Guindos inventando nuevos palabros para marear la perdiz, Ana Mato dando ricino a los médicos y Montoro maquinando nuevas estrategias para que sus colegas puedan evadir impuestos y los curritos paguemos los platos rotos. Una risa, pero ¿Para qué sirve toda esta crispación?.
Si los carpetovetónicos solo quieren queso manchego y Valdepeñas con gaseosa, y los merengues aplauden las groserías de sus portugueses, pues mira, que con su pan se lo coman, como si los culés deciden solo alimentarse de butifarras, pero que desde la Administración jueguen a meter cizaña entre la ciudadanía, eso ya es nauseabundo.
Como si no tuviésemos bastante con aguantar las cagadas de la señora Fernández (de Kirchner) y su guerra contra los vinos españoles.

 

 

Nuevas Guías

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Publicado en la revista planetAVino Nº 49, Junio/Julio 2013.

Hace un par de años tocamos el asunto de los foros internáuticos para denunciar como se estaban haciendo negocios oscuros a costa de unos cuantos miles de cretinos que trabajaban gratis a cambio de colgarse el cartel de “Críticos libres y honestos de vinos y gastronomía”.

Hoy volvemos con la burra al trigo porque una de esas generosas empresas que ponen su tecnología a disposición de la sociedad para que los críticos corruptos, o sea, los profesionales, queden ninguneados y sean los consumidores quienes se conviertan en jueces y verdugos, se ha vendido por la minucia de trescientos millones de dólares.
Una ganga (creo que el Sr. Proensa debería fundar una de esas ONG sin ánimo de lucro para bien y regocijo de sus colaboradores). Previamente había sido denunciada ante los tribunales ingleses por la principal asociación de hoteles de UK por prácticas ilícitas, algo que en ese país puede acabar con sus huesos en la cárcel.
¿Qué ha ocurrido para que un servidor de ustedes se meta en este berenjenal? Pues muy sencillo, que quería pasar unos días en Sintra con mi moza y nos fiamos de esas informaciones, así que reservamos alojamiento en la Quinta do Scoto, nada menos que el Winner traveler’s choice 2013, Tripadvisor, y claro, en el pecado estuvo la penitencia.
Las críticas eran de tal calibre que hablaban de “palacete, quinta de ensueño, finca fabulosa, ubicación buenísima, desayuno exquisito...”. Hasta hay una que dice: “Vivir como la antigua nobleza portuguesa, con una actualización exquisita”
La realidad fue una granja vieja, que no antigua, en un arrabal ferroviario de un barrio dormitorio de Lisboa (estación Mira-Sintra), a media hora de Sintra (2 peajes), entre casuchas y naves abandonadas, poco menos que un poblado de chabolas. La “fabulosa finca de ensueño” era un miserable terreno con tres gallinas, el “palacete” una casucha destartalada, “la casa fantástica”, un barracón de dos plantas como los de la posguerra. Como detalle anecdótico, una de esas “súper crítico” comenta: “Otra cosa interesante es que no hablan español, con lo cual, tienes la ocasión de practicar tu inglés”. ¡Qué huevos!
La llegada fue rocambolesca porque, tras dos horas de dar vueltas por pueblos inhóspitos, un buen samaritano nos condujo con su furgoneta donde, según sus palabras, sin GPS, era “impossível obter”. Nos abrió el portón una señora que lo primero que nos dijo fue que era inglesa y que no hablaba una palabra de portugués, así que de español, francés o italiano, ni preguntar. La habitación olía tanto a moho que, a pesar de esforzarnos en airearla sin parar, tres días después de salir de allí tuvimos que lavar toda la ropa porque el olor se había incrustado hasta en mi respirador. La ducha funcionó solo un día y a rociones, así que hubo que lavarse como los gatos. El desayuno, con fiambre cuartelero y zumo de frasco, no pasaba de admisible, así que deduzco que la “crítico”, no debió haber probado en su vida civil otro que el del Cola-Cao con galletas María.
Podría seguir con el panegírico del siniestro lugar, pero el objetivo del artículo es otro que ridiculizar a esos esperpénticos “críticos honestos”.
Esa supuesta crítica se fechó en octubre de 2012 y desde entonces no hay ninguna entrada ¿Misterio? No si tenemos en cuenta que mi mujer colgó otra narrando con meticulosa educación la realidad del lugar, y nunca fue publicada. Posteriormente hicimos lo propio varios amigos y yo, y misma conducta. ¿Qué sucede?, ¿no es este un foro de consumidores?, ¿no alardean de que son los clientes quienes conceden esos premios y calificaciones?, ¿por qué solo se publican las críticas que glosan el lugar?, ¿qué chanchullo es este?. La respuesta se encuentra en un pequeño apartado de la web que dice “Tarifa de precios”, eso sí, escondido tras varias pantallas y al que solo se puede acceder poniendo los datos fiscales de tu establecimiento. Acabáramos.
A mí me machacaron las vacaciones de Pascua, pero ¿hasta qué punto no habría que denunciar ante la Justicia estos tejemanejes tal y como hicieron los hosteleros ingleses?.
Hay que tener mucho cuidado con las palabras que se usan porque encima pueden meterte en un lío, pero yo, como usuario, me sentí burlado, chuleado, embaucado, engañado, engatusado, estafado, insultado, manipulado, timado, ultrajado y más cosas que no digo para no montar la bronca.
Después de esto, les aseguro que volveré a confiar en las guías tradicionales, aunque sea la Repsol.

Ensaladilla de col china

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Agosto 2013

INGREDIENTES

¼ Col china
3 Zanahorias
1 Manzana
¼ Litro de mahonesa
 

Esta ensaladilla es algo así como una mezcla de Ensalada de bola de apio, Coleslaw, Spasara y Ensaladilla rusa ¡menudo popurri! se dirán ustedes, sin embargo es una delicia que estuve tres días comiendo y pienso repetirla en breve.
 
En realidad no ni sé como se me ocurrió, recuerdo vagamente que fue un capricho, uno de esos flashes que se te cruzan por la cabeza y de pronto recordé aquella Ensaladilla de celerí rave que servían en la barra del hotel Mindanao y con la que me regalaba cada vez que iba con mi hermano a cocernos a base de cócteles Martini Dry.
“En Asturias no hay bolas de apio, cariño” me dijo mi amorcito, pero yo tenía el sabor en la boca y me dije “No habrá celerí, pero hoy me como esa ensaladilla por pelotas”, y así fue.
Íbamos a comer shashimi de bonito, otra delicia con la que en agosto solemos regalarnos porque está en sazón y precio ajustado, así que me vino a la mente la ensaladilla Spasara, otra golosina que hacía tiempo que no paladeaba porque mi chica es celiaca y los spaghetti de maíz no funcionan bien en frío, pero la idea iba cuajándose en mi caletre, así que me puse manos a la obra y he aquí el resultado, uno de esos platos que te alegran el día porque irán a la escasa pero suculenta selección de Recetas favoritas.
 
La receta
En realidad la receta es una tontería, el huevo de Colón.
Lavamos bien la col y la picamos en juliana.
Pelamos y rallamos las zanahorias.
Pelamos y cortamos en tagliatelle la manzana.
Preparamos la mahonesa con limón, ¼ litro de aceite, sal y un huevo bien fresco.
Mezclamos todo y ya está el milagro, una deliciosa ensaladilla con la que podremos gozar y epatar a nuestros amigos sirviéndola de guarnición, o incluso haciendo unos irresistibles canapés como el de la foto (lo hice con pan fresco de centeno porque me encanta. Le puse una loncha de jamón de york de base para que no se ablandase la miga, pero no influye apenas en el sabor).
En realidad a mí me gustó tanto que hasta me la comí a cucharadas.
 
Como el plato principal era el shashimi, elegí un vino acorde con el pescado crudo, pero la verdad es que esta ensaladilla es muy agradecida y se puede maridar con cualquier vino. En esta ocasión serví un Martín Códax Lías, una apuesta segura, un pequeño lujo que a veces hay que permitirse y que desde luego redondeó la jugada, porque fue una de esas comidas memorables que no se olvidan.

 

Queridos Reyes Magos

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Publicadi en la revista planetAVino Nº 46, diciembre 2012/ enero 2013


Hace muchos años que no les escribo porque un niño me dijo que ustedes eran los papás, y como los míos se mataron hace ya casi cuarenta años, pues deduzco que no me van a traer juguetes, ni tan siquiera carbón, sobre todo con la que está cayendo por Asturias con el cierre de las minas.

La verdad es que soy bastante poco monárquico, así que confío poco en sus majestades, aunque sí algo más que en los Borbones que aún no han pedido disculpas por las carnicerías que organizaron en anteriores generaciones, sobre todo en el siglo XIX y, de cuyas consecuencias todavía estamos pagando las facturas los pobres parias de a pie. No sé si les gustarán a ustedes los elefantes, pero bueno, eso es harina de otro costal.
Este año en España vamos a celebrar la Navidad sin incienso ni mirra, si acaso con mortadela y vino con sifón, como hacían nuestros padres en los tiempos heroicos del invicto caudillo, así que no les voy pedir un nuevo Scalextric ni un iPad, pero ¿Sería mucho pedir que metiesen a unos cuantos banqueros y políticos en la cárcel?
Como en Oriente Medio andan ustedes liadillos con eso de la primavera árabe, quizá no se hayan enterado del cachondeo que nos traemos por la península, así que les pondré un poco al día para que entiendan mis ruegos.
El caso es que, con la llegada del tercer milenio, nos dio la cosa de hacernos europeos y hasta cambiamos nuestra castiza peseta por otra moneda llamada euro que cuesta una pasta. Los europeos rubios nos dieron dinero a mansalva para que les comprásemos trenes de alta velocidad en los que poder venir a tomar el sol sin sufrir los retrasos de Iberia y montar laboratorios de I+D en los que poder formar nuevos emigrantes más cualificados. Lo malo es que los políticos pusieron esos trenes entre Madrid y Toledo, o para recorrer el trayecto desde Zaragoza a Huesca, y el resto del dinero se lo fundieron haciendo aeropuertos alucinantes en lugares tan esperpénticos como Ciudad Real, Lérida, o Albacete, plazas de enorme interés turístico, pero que a los teutones no les molan. Digo que el resto, pero no es así, porque el gran mogollón se lo repartieron con los banqueros jugando al Monopoly y ahora el Gobierno no tiene pasta ni para pagar las nóminas de sus empleados.
Nos dicen que la señora Merkel, que es como López Rodó pero en versión alemana, se ha cabreado porque bebemos mejores vinos que sus contribuyentes, pero la verdad es que a ella le encanta el vino español, sobre todo el de Cariñena. Lo que la cabrea es que los bancos se hayan fundido todo el pastizal en juergas y ahora no la dejen ver sus cuentas. Claro, como que se lo bebieron en champagne y mujeres malas.
Yo no le deseo mal a nadie, pero una buena lepra negra les vendría al pelo a toda esta camarilla de canallas que ha arruinado el país, una nueva oligarquía más feroz y corrupta que la que asoló la pobre España de Fernando VII, porque ahora hasta están pringados los sindicatos y la prensa general.
Me gustaría pediros unos patines en línea modelo Hardcore Evo II, pero como no sé patinar, pues igual provoco una desgracia, así que me conformo con que os llevéis a toda esta panda de sinvergüenzas como hizo el flautista de Hamelín con las ratas y los arrojéis al fondo del mar, al Cañón de Avilés, que esta de moda ese año y lo tengo al lado de casa (tiene casi 5.000 metros de profundidad, así que caben todos y serán devorados por los calamares gigantes).
Si os parece un poco complicado, me conformaré con una cajita de Cirsion 2009, que dice el Proensa que está muy rico.
 

 

El imperio de la cerveza

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Publicado en la revista planetAVino Nº 48, Abril/Mayo 2013

Antes de entrar en materia, he de advertir que soy un bebedor de cerveza empedernido, un adicto, diría yo, porque desde que tengo uso de razón he bebido esas cremosas y frías cañitas que tan bien tiran en algunos bares de Madrid, desde la cervecería Santa Bárbara (cuando estaba en el número 118 de la calle de Hortaleza), hasta el bar de la cantina de Villalba estación, pasando por el de Juanito, debajo de mi casa en la otrora castiza calle de Bravo Murillo.

Adoro la cerveza, en invierno y en verano, y sufro mucho cuando mi endocrino me asegura que me está matando, pero a eso del mediodía, cuando se acerca la hora de la manduca, es como si el cuerpo se me torciese, como si el estómago pidiese clemencia, y entonces no hay fuerza humana que se resista a la tentación de la dorada bebida.
Dicho esto, vamos a entrar en la zona oscura, en lo negro, en aquellas aguas pestilentes en las que nadan las multinacionales, en las que no hay piedad, ni ética, ni moral, ni decencia, ni escrúpulos, ni nada, solo dinero. Eso sí, mucho dinero, cantidades ingentes de dinero que, como sentenciaba en refrán, llaman a más dinero.
Reconozco que he tardado bastante en sentir náuseas, entre otras cosas porque ver una publicidad más o menos fresca en la que aparecen unos chavales disfrutando en una playa con una nevera de hielo llena de cervezas fresquitas, ¿qué quieren que les diga?, pues es algo que resulta de lo más sugerente, pero cuando vi al folklórico Chicote brindar con una cerveza en Nochevieja, se me revolvió el estómago.
A partir de ahí fui sintiendo cada vez más repugnancia al ver las horteradas con que nos bombardeaban en televisión y, conociendo un poco el mundo de la publicidad, la salvajada de dinero que están trajinando esos señores cerveceros que ya han copado el mercado español y que, si pudieran, ordenarían al gobierno que gravase las bebidas de más de 8º de alcohol en un 300%, para que así todos los españolitos de a pie tuviésemos que renunciar a esos deliciosos vinos que tantas horas felices nos han aportado.
No soporto la casposidad, lo reconozco, pero es que asociar una cerveza a una canción de Raphael mientras unos pavos hacen el simio en un bar, es cruel y me parece el colmo del mal gusto y la cutrez.
Ya he reconocido que me encanta la cerveza, o mejor dicho, las cervezas, porque entre una insípida y aguada Coronita y una golosa Grimbergen Doubel, pues hay un abismo similar al que pueda separar un Castillo de San Simón de un sabroso San Román, pero ¿por qué no se habla de los maridajes de la cerveza?. Hay muchos platos y productos que no encajan con ningún vino tan bien como con una cremosa cervecita, por ejemplo unos boquerones en vinagre bien aliñados con ajo, perejil y aceite de oliva, y, a ser posible, acompañados con unas crujientes patatas fritas de churrería. No le va mal un cava fresco, desde luego, pero una cervecita bien tirada es algo insuperable, un matrimonio indisoluble, como los de Ramón y Cajal, Pi i Margall, Ortega y Gasset, Espoz y Mina, etc.
Sin embargo, a los cerveceros no les interesa que su producto entre en el mundo de la gastronomía. Es de suponer que las colosales cifran que mueven con el botellón y deslumbrando a taberneros sin escrúpulos ni miras de calidad, con ofertas irresistibles a cambio de la exclusividad de su grifo, ya les cubren con creces los objetivos de venta, y así no les duelen prendas en gastarse una millonada en campañas de publicidad a cual más hortera, porque su público es ese, el del mogollón.
Es comprensible que García Carrión dirija sus millones a publicaciones masivas como son los diarios deportivos, porque es obvio que nunca va a colocar sus llamados “vinos de familia” en vinaterías serias o restaurantes de cierta categoría, pero hay cervezas cuyo precio las aleja del gran consumo, de las grandes cifras, y sin embargo siguen en su búnker, inamovibles, incapaces de entender que en otros países las buenas cervezas se valoran como producto gastronómico, como un invitado de lujo a las grandes mesas.
Claro que esto deben ser majaderías de gastrónomo porque hace unos días Dª Isabel García Tejerina, Secretaria General de Agricultura y Alimentación, afirmó que “[en España] la cerveza se asocia al encuentro familiar o amistoso y se toma acompañada de alimentos, de manera responsable y moderada, por la mayor parte de la población". ¡Jua, jua, jua! Menos mal que no nos ha recordado que somos la Reserva Espiritual de Occidente. ¡Qué cachonda!.

 

Malos consumidores

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Publivado en la revista lanetaVino Nº 50, Agosto/Septiembre 2013.


Afirmaba D. Benito Pérez Galdós que la envidia era una enfermedad congénita y endémica de los españoles, y desde luego que ese mal ha causado más estragos a lo largo de nuestra historia que la tuberculosis, pero no apuntó nada acerca de otra peculiar perturbación mental conocida como pataleo, y que, sin llegar a las trágicas consecuencias del citado pecado capital, también tiene repercusiones trascendentes en nuestra sociedad.

El señor Pujitos compró sus altramuces en el hiper de toda la vida, pero su marca preferida había desaparecido del lineal y en su lugar había otro producto de similar envase pero de marca blanca.
Al llegar a su casa los probó y constató que aquello era como píldoras en salmuera. Acto seguido bajó al bar y montó la de Trafalgar, pidiendo a voces la hoguera para quienes le habían estafado y vejado en sus derechos de consumidor. Los contertulios le apoyaron incondicionalmente y en pocos minutos se entabló una violenta protesta por el atropello que todos sufrían a diario con esa inmoral práctica cada día más habitual en las grandes cadenas. Afortunadamente la sangre no llegó al río y unas cuantas cañas refrescaron el ambiente. Días después, resignado, el sr. Pujitos volvió al susodicho supermercado a comprar esa marca blanca que le habían impuesto desde la Jefatura de Compras y chitón.
En la pérfida Albión Mr. Bean compró un paquetito de nuggets en la grocery de la esquina y cuando pretendió cenarlos, comprobó que tenían un repelente moho verde. Al día siguiente volvió a la tienda, dijo “Please” y como el tendero, haciendo uso de la conocida flema inglesa se encogió de hombros, se fue a la oficina del consumidor y puso una denuncia. ¿Resultado? La empresa fabricante y la tienda expendedora fueron sometidas a una rigurosa inspección y el Sr. Bean recibió públicas disculpas, así como un vale para mil paquetes de nuggets en perfecto estado.
Hace algunos años tuve que asistir a un acto en el que la Directora Regional de Turismo de Asturias se jactaba de lo buena que era nuestra hostelería argumentando como prueba indiscutible el hecho de que en el último año no habían recibido ni una sola hoja de reclamación. ¿Pero cómo se puede ser tan imbécil?. Evidentemente publicar esa pregunta en mi sección me costó una bronca más del director del periódico, pero ¿no pudo llegar esa señora a la conclusión de que la lectura correcta no era esa, sino que el sistema no funciona, que nadie reclama aunque le sirvan una fabada con gusanos?.
Pero ¿qué virus afecta a nuestros cerebros?, ¿acaso no hemos dicho hasta la saciedad que si un vino sale defectuoso, hay que decírselo al tabernero porque a él no le supone ningún gasto y la bodega, que le repondrá la botella, hasta lo agradecerá?.
Pues no, el Sr. Pujitos irá al siguiente bar y pondrá a parir al anterior tabernero porque le ha servido un vino que apestaba a corcho, cuando lo más probable es que el pobre camarero no se haya enterado del incidente.
Yo creo que hay que analizar el problema desde una perspectiva darwiniana. Es algo así como la adaptación de una especie al medio en el que habita.

Durante siglos, en España la protesta, no digamos ya la reclamación, solía implicar la intervención de las autoridades por desacato a la Ley, a las buenas costumbres y hasta a la Santa Madre Iglesia. Un súbdito, como aún indica el DRAE, está “Sujeto a la autoridad de un superior con obligación de obedecerle”.

Obviamente el término ciudadano estaba reservado para los capitostes, así que, a pesar de haberse proclamado ya la soberanía popular y la libertad de expresión, los españolitos seguimos confundiendo el concepto derecho, con el derecho al pataleo.
Un mercado en el que los consumidores no saben expresar sus quejas, es un mercado enfermo, mórbido, caduco, incapaz de reaccionar ante los estímulos del entorno.
Siempre criticamos a los hosteleros, a los bodegueros, a los camareros... (no cito a políticos, jueces y banqueros, porque esos merecen la horca sin juicio), pero ¿por qué no valoramos a los consumidores?.
Ahora hay impresentables que me insultan anónimamente por internet, una forma nueva de pataleo, pero ¿por qué no lo dicen a la cara, por las buenas?. Si están en su sagrado derecho y hasta es probable que tengan razón y tenga yo que pedir públicamente disculpas por haber insultado a los murcianos. No pasa nada, bueno sí pasa, pasa que reclamando se pueden enmendar muchos errores, a veces fortuitos, pero desde luego lo que no lleva a nada a nada es el pataleo.

 


Recetas depurativas

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Publicado en la revista planetAVino nº 47, Febrero/Marzo 2013.

Parece que al jefe le ha salido la vena naturista y siente como su cuerpo pide un poco de reposo, depuración de toxinas, hacer bondad, que dicen en Cataluña, y por eso me ha ordenado que en este fin de invierno ponga a dieta a todos los lectores.

Adiós chuletones, corderitos, hígados de oca y presas de cerdo ibérico, ahora le toca el turno a las alcachofas, apios e hinojos, pero no piensen en este periodo como una penitencia, no, al contrario, tómenselo como una experiencia, como entrar en nuevo mundo de sabores insospechados y técnicas sofisticadas, cocina en estado puro.
En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, vamos a prescindir del vino, porque si queremos limpiar las entrañas, será mejor cerrar la espita, no solo para no darle gusto al gaznate, sino tan siquiera para cocinar (las alcachofas cocidas al vapor de manzanilla están deliciosas, pero seguro que el endocrino les pone algún pero).
 
Sopa de apio y cebolla
Esta sencilla receta se la puso la nutricionista a Elena, mi chica, y el efecto es fulminante, pero lo más curioso es que resulta deliciosa, sobre todo con unas gotas de Tabasco, ingrediente aceptado por la doctora.
En una olla grande vertemos un litro de agua, el zumo de dos limones, un ramo de apio verde (previamente bien lavado) y una cebolla pelada y partida al medio (las ramas de apio también se pueden partir para que quepa mejor.
Se lleva a ebullición y, cuando rompa a hervir, se baja el fuego para que se hagan despacito durante media hora. Cuando se enfríe (templadito), se pasa por la turmix (o batidora), se corrige de sal al gusto de cada cual, y ya está listo.
El resultado es una crema ligera pero con un curioso sabor, realmente agradable y más diurética que muchos fármacos (conviene contar con su efecto porque andaremos orinando cada poco). Muy buena para los riñones y hasta para la piel, para que vean.
 
Alcachofas al vapor
En España solo se cultiva la llamada Alcachofa de Tudela (somos el mayor productor del mundo, pero como casi todo va para la industria conservera, pues no hay variedades de mesa), aunque las calidades que se comercializan varían mucho. A mí me encantan las que en Francia llaman bretonas, son gigantes, del tamaño de una pelota de balonmano, pero aquí no las hay. Esas se cuecen enteras y se comen tirando de las hojas una por una y chupándolas (las que salen solas en las fotos).
Lo que sí es importante es escogerlas bien, porque cuando están pasadas son incomibles. Aunque el frutero nos riña, hay que tocarlas una a una para comprobar que estén bien duras y apretadas, las que se noten como huecas, para su padre.
Lo más desagradable es limpiarlas. Encima nos manchan las manos para todo el día. Yo les dejo el tallo, aunque hay que cortarles el final porque está seco y astilloso. También hay que pelarlo porque la piel es dura y torpe. Luego, se quitan a mano las hojas más duras y se corta el extremo casi a mitad del cogollo. Se embadurnan bien de limón y se echan en un recipiente de plástico con agua (el metal las pone negras).
Para hacerse al vapor tardan apenas diez minutos, de modo que podemos limpiarlas y hacerlas al momento, porque es como resultan más deliciosas. Basta con poner una vaporera, las alcachofas en la parrilla de cocción y, cuando empiece al agua a hervir, contamos diez minutos. Conviene pinchar con un palillo para comprobar que estén blanditas y, si son buenas, estarán tiernas como la manteca.
Se sirven tal cual y que cada cual las aliñe con sal en escamas y aceite de oliva virgen.
Las alcachofas contienen elevadas cantidades de potasio y magnesio, mucha fibra y otras substancias bastante complejas (cinarina, cinaropicrina, ácidos clorogénico, málico, cítrico y cinarósido, y esteroles), que hacen de ella una verdadera farmacia. Son excelentes para limpiar y proteger el hígado, diuréticas, y otras muchas de esas cosas que ahora tienen todos los alimentos (contra el colesterol, la diabetes, la hipertensión...) vamos, que no sé cómo podemos sobrevivir sin ellas.
 
Alcachofas a la plancha
Aún a costa de parecer repetitivo, incluyo otra receta de alcachofas por dos motivos, una es por la cantidad de beneficios que aporta al organismo, sobre todo depurativos y hepatoprotectores, y la otra, porque es una golosina casi desconocida en toda España (digo casi porque en Cataluña y Valencia sí se comen así).
No me voy a enrollar para dejar sitio a otras recetas.
Han de limpiarse como ya indiqué y luego partirse longitudinalmente en cuatro filetes. Por ejemplo, un corte al medio por el eje, y otros dos paralelos.
Ponemos estos trozos en una plancha a fuego medio, se rocían con un poco de aceite y se va dando la vuelta según se vayan tostando. No deben hacerse con el fuego muy fuerte porque se pueden arrebatar o incluso quemar sin llegar a estar blandas.
Se espolvorean con unas escamas de sal y se sirven bien calientes. Son un manjar impensable, yo las probé por primera vez en el Hispania de Arenys de Mar y aluciné.
 
Ensalada de hinojo y salmón ahumado
La tercera hortaliza que consideramos más depurativa es el hinojo, una planta mediterránea por excelencia y que por algún extraño motivo ha dejado de consumirse en nuestro país (en Italia hacen auténticas delicias con su finocchio. Si entienden italiano, busquen recetas en Internet porque verán qué virguerías, como los famosos Finocchi gratinati).
Tiene un montón de virtudes ya que reduce la hipertensión, elimina la retención de líquidos y oliguria, baja la hiperuricemia, combate la gota y la artritis, pero por lo que más se conoce es por su eficacia en la reducción de peso. Eso dicen.
Yo suelo echarlos al caldo, con un trozo de carne de ternera, una zanca de pollo, zanahoria, puerro, apio y cebolla. Aporta un tenue sabor anisado exquisito y si se pica y se sirve con el consomé, pues está de rechupete. Y también se puede triturar en la Turmix y obtendremos una crema de verduras espectacular. En Francia se usa mucho en sopas y como guarnición (con diez minutos al vapor queda impecable y luego se puede filetear y rehogar con aceite o mantequilla).
Aquí les propongo una ensalada porque su tacto crujiente es muy agradable, de modo que quien no lo conozca, de esta forma encontrará un plus de exquisitez (el tacto fofo de las hortalizas cocidas suele resultar un poco asqueroso para mucha gente). El problema, o ventaja, según se mire, es que en crudo despide un sabor mucho más fuerte a anís, y eso puede chocar. Precisamente para mitigar este impacto, es por lo que pongo un poco de salmón ahumado, que si bien no es depurativo, a cambio es cardiosaludable por su elevado contenido en Omega 3 y contiene vitaminas B2, B3, B6 y B9 y B12.
La receta es bien simple, pero conviene escoger bien los bulbos, que estén tersos y sin golpes. Se conservan bien en la nevera, pero a veces pasan demasiado tiempo en frutería y se deterioran. Aún así conviene lavarlos bien y pelar un poco la capa externa, sobre todo para quitarle los nervios que pueden resultar filamentosos. Luego se cortan al través en lonchas de ½ centímetro de grosor y los desmenuzamos un poco con los dedos. Colocamos las tiras de salmón ahumado con el mejor gusto que Dios nos haya dado y rociamos todo con un aliño de aceite de oliva, sal, pimienta y zumo de limón (bien batido).
También se pueden añadir unos berros, son una verdura muy depurativa y combina de maravilla con estos sabores, lo malo es que el hinojo es de invierno, y los berros de verano, aunque como ya todo viene de invernadero, pues no creo que haya problemas.
 
La dieta
Si durante quince días usted solo come lo que recomendamos en esta página, al cabo de ese tiempo estará usted depuradísimo, aunque como puede producir cierta irritabilidad, puede que termine en la cárcel por haberle roto un parietal al niño del piso de arriba, ese que a las siete de la mañana del domingo se pone a jugar a los bolos.
El tirano Proensa y un servidor estuvimos ese tiempo comiendo solo rúcula, y no hubo que lamentar baja alguna en el balneario, aunque faltó poco cuando nos pasaron la factura.
No hagan el cafre, dos o tres días de depuración siempre vienen bien, hasta para personas honestas. Para eso son estos consejos, pero si piensan tomárselo en serio, vayan a un especialista, les sacará una pasta y al final le mandarán a paseo. Yo acabo de comerme unas cocochitas de merluza al pilpil con un cava Huguet, y se me ha quitado el mal cuerpo que tenía cuando me levanté.

 

Guisote de ternera al agraz

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Publicado en la revista planetAVino Nº 48, Abril/Mayo 2013.

INGREDIENTES

Para cuatro personas con inquietudes histórico gastronómicas .
1 Kg de carne magra de ternera (el morcillo es delicioso)
1 cebolla
3 Puerros
6 dientes de ajo
100grs. de tocino de jamón ibérico
1 pimiento rojo
2 zanahorias
1 copa de agraz
1 hoja de laurel, un par de ramitas de tomillo, un par de clavos y una ramita de canela.
 

Hay que ver lo que son las cosas. Hará unos cuatro años descubrí que en España había una bodega que elaboraba agraz, los Ochoa de Navarra, y tan grande fue mi alegría que hasta le dediqué una sección en mi web.

Lo probé de mil maneras, como aliño de ensaladas, en guisos de carne, de caza y de pollo, con pescado al horno, en menestras, etc., y cada día me fascinaban más sus posibilidades, los espectaculares sabores y perfumes que cogían las preparaciones, el respeto que ofrecía a las materias primas y hasta su bondad a la hora de maridar incluso con grandes vinos.
Bueno, pues tan apabullante fue mi fascinación por este producto, que hasta se me olvidó contárselo a ustedes, nobles e inteligentes lectores de planetAVino.
Me gustaría poder narrarles todo sobre este misterioso producto también conocido como verjús (del francés jus vert, zumo verde), pero es tanta y tan interesante la información, que necesitaría publicar todo un reportaje. Así pues baste con decir que es una especie de vino elaborado con uvas verdes (agraces), que recuerda al zumo de limón y al vinagre, no bebible, pero que en cocina se comporta de una forma casi mágica. En España se eclipsó su uso sin saber porqué, pero fue ingrediente de primer orden durante siglos, y en otros países como Alemania, Australia, Francia e Inglaterra, se sigue produciendo y consumiendo en grandes cantidades. Hasta hay libros de recetas con Verjuice, como lo llaman en inglés.
 
Los ingredientes.
Huelga decir que lo más complicado de esta cesta de compra es el agraz, así que les aconsejo dirigirse directamente a la bodega (www.bodegasochoa.com) y comprar una cajita de seis botellas en su tienda on-line, no es caro y cunde bastante.
Del resto, pues bueno, si tienen un jamón de bellota de Maldonado, pues el tema de tocino ya está solucionado. El morcillo de ternera se consigue en cualquier carnicería y de las hortalizas, como no se consiguen de huerta ni viviendo en el campo, pues resignémonos a disfrutar solo del perfume del agráz, que no es moco de pavo.
 
Preparación
Como siempre, yo empiezo los guisotes haciendo un sofrito, y a partir de ahí ya va solo. En esta ocasión contamos con un ingrediente importante y que he asociado en muchas recetas con el agraz, el tocino de jamón ibérico. No sé porqué, pero hacen una mezcla sublime, absolutamente holística, porque el resultado es increíblemente superior a lo que suponen los dos ingredientes por separado.
Así pues, ponemos en la olla exprés bien precalentada un chorrito de aceite de oliva y el tocino cortado en tiritas. Según se funda y sin que llegue a humear (le cambia el sabor), añadimos la cebolla picada fina, los ajos despachurrados, el pimiento cortado en tiras, la zanahoria en tacos y los puerros en arandelas. Cuando empiece a coger color, pasamos la carne por harina (debe estar cortada en tacos del tamaño de un huevo de gallina) y la rehogamos con el sofrito. Cuando empiece a tostarse, mojamos con la copa de agráz y añadimos las especias.
Hasta aquí todo ha sido un poco atropellado, pero ahora viene la calma. Bajamos el fuego, salpimentamos ligeramente, cerramos la olla y leemos tranquilamente unos poemas de Rabindranath Tagore. La cocina no es una ciencia exacta, de modo que, pasado este tiempo, conviene comprobar como está la carne, porque quizá necesite que le leamos los tres volúmenes del Galpaguchchha.
Cuando hayamos comprobado que ya está como Dios manda, la dejamos reposar, a ser posible de un día para otro para que los sabores se compenetren.
En una de las fotos verán que hay trozos de apio y orejones, es la misma receta pero al momento de poner el agráz, pues también ponemos éstos. Endulzan de manera sutil el guiso y lo perfuman levemente, pero es un equilibro delicioso.
 
Vinos recomendados:
Uno de los rasgos más peculiares de este producto es su bondad para maridar con cualquier vino, incluso con un tinto reserva. Si lo probamos en crudo nos sabrá tan a diablos que lo escupiremos en el fregadero, pero simplemente mezclado con un poco de aceite y servido como aliño de una ensalada de calabacines (Zucchini & basil salad with verjuice & currant dresing, la llaman los australianos), comprobaremos cómo no distorsiona ni una copa de vino.
De este modo, y como gracias a las inquietudes del amigo Javier Ochoa hemos podido realizar este delicioso estofado, pues me parece justo y acertado acompañar nuestra carne con un Ochoa Gran Reserva (el Vendimia Seleccionada me gusta más porque la combinación de Tempranillo, Merlot y Cabernet Sauvignon es siempre soberbia, pero cuesta una pasta).

 

Sopitas de enfermo

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Publicado en la revista planetAVino Nº 49, Junio/Julio 2013

Sí, estoy malito. Delicado, que se decía antiguamente. Más exactamente convaleciente de una intervención quirúrgica mediante la cual me han cosido la garganta al culo, técnicamente hablando, un bypass gastroileal, así que solo puedo tomar calditos de enfermo, y el vino, ni mirarlo, así que, con la venia del tirano, este número la Cocina al vino se queda sin vino (aunque si no están ustedes recién remendados, un chorrito de manzanilla en estos caldos hace maravillas).

Por razones distintas (aquello fue una diverticulitis), hace unos años publiqué un articulo titulado “Caldito de enfermos” en el que pedía la cabeza del director del hospital y hoguera para aquel ranchero malaje que, después de cinco días de dieta absoluta, me sirvió una taza de agua sucia que ni en las más miserables condiciones aceptaría beber. ¿Es acaso una penitencia tener que alimentarse de calditos? Pues no, tajantemente no, lo que pasa es que nuestra buena y vieja cocina familiar, en la que cada comida debía iniciarse o terminar con una sopa, hace años que se prostituyó con la llegada de esas pócimas llamadas sopicaldos, y claro, si a un paisano como una torre le das un aguachirle de Avecrem, pues la cosa ha de acabar mal.
Yo redescubrí la sopas en un restaurante japonés, allá por los años setenta. Servían un plato combinado llamado Bento Ume que llevaba un caldito de chirlas que me pareció sublime, el colmo de la elegancia y sutileza. Luego seguí probando su amplio repertorio y comprendí que había otra dimensión, y eso que en el restaurante de mis padres las sopas y cremas eran naturales.
Desde entonces reivindico la bondad de esta forma de cocinar, quizá la más antigua inventada por el hombre después de achicharrar despojos animales en una hoguera.
Se podría dar una vuelta al mundo a través de las sopas de los diferentes países y descubriríamos la idiosincrasia de sus respectivas cocinas.
En esta intervención vamos a hablar de las sopas claras, porque habría que hacer toda una clasificación por densidades, temperaturas, productos básicos, etc. Una minestrone, una sopa castellana con jamón y huevo, una Soupe a l’oignon o un Buta-Jiru, son comidas contundentes, algo que bien se puede consumir como plato único y no nos llevará el viento. Por el contrario, una tacita de consomé en Lhardy a las once de la mañana, resulta de lo más fino y elegante, aunque también reconfortante.
 
Caldos, consomés o suimono.
Este es estado más radical, lo que los galenos denominan “Dieta líquida”, según mi cirujano “Todo aquello que pasa por un colador, sin forzarlo, sin tropezones, sin nada más que el líquido”.
 
Suimonos o caldo de chirlas
En el caso de este consomé japonés (suimono quiere decir bebida traslucida) debe haber tres elementos:
  • Una base de sabor (casi siempre pescado o marisco)
  • Un comestible (tofu, pollo, marisco, etc...)
  • Un potenciador de sabores que se denomina Yakumi (puerro crudo, piel de limón, rábano, jengibre fresco, escamas de mojama, Sishimi Togarashi, alga Nori, Wasabi, sésamo recién tostado, etc.
Si estamos en esta crueldad llamada “Dieta líquida”, obviamente debemos prescindir de consumir todo tropiezo, sobre todo las cáscaras de las almejas que dificultan mucho la digestión.
Esto es una golosina, porque no tiene alimento ni para bostezar, pero está riquísimo.
En un litro de agua pondremos una docena de chirlas previamente lavadas, unas virutas de puerro (de la zona verde) y unas tiritas de corteza de limón. Llevamos a fuego y hay estar atentos porque no debe hervir. Hay que mirar y, en un momento dado, las chirlas se abrirán, ese el punto de apagar el fuego, ya está listo. Si hay que recalentar, debe hacerse con el mismo cuidado porque si hierve, echamos todo a perder.
 
Caldo de recién parida
No sé si este nombre ofenderá a las feministas, pero así se denominó este consomé durante siglos, aunque hoy esté arrinconado y solo se cite en recetarios sudamericanos, sobre todo dominicanos (ignoro el motivo). Hay millones de ellos, pero el objetivo de todos es aportar energías con el menor esfuerzo posible por parte de la comensal. En algunas partes lo llenan de cosas, hasta arroz, con lo cual ya no es un caldo.
En la cazuela ponemos media gallina (es casi un rito), un hueso de rodilla, otro de jamón, un trozo de morcillo de vaca, media cebolla y tres zanahorias. A mí me gusta poner apio en todos los caldos clásicos, pero eso va en gustos.
Debe poner a fuego fuerte y, cuando rompa a hervir, espumar bien (esta es la clave para que resulte transparente) y luego dejar a pequeños borbotones durante una hora. Se cuela y ya tenemos un caldo capaz de resucitar a un muerto, pero no hará trabajar nuestro estómago ni producirá residuos. Yo le pongo un chorrito de salsa de soja que levanta el sabor y aporta ese color tan guapo.
 
Caldo tierno
Semánticamente este nombre es incongruente, porque si es un caldo ha de ser líquido y nunca sólido, no puede tener este tacto, pero es como decimos que una niña tiene ojos tiernos, tampoco es que se los vayamos a palpar. En este caso hablamos de cosas tiernas, hortalizas tiernas, si acaso un muslito de pollo para que sea menos triste. Pondremos tres puerros grandes, un apio verde, dos cebolletas verdes, un calabacín, un hinojo, y un chorrito de aceite de oliva virgen. Conviene echarle sal antes de empezar cocer y luego rectificar. Como siempre, le damos un hervor, espumamos bien y luego dejamos cocer muy lentamente durante una hora. Debe reposar hasta enfriar y recalentar de nuevo antes de colarlo.
Se puede adornar con cebollino, pero si hay que seguir “Dieta líquida”, ni hablar. Yo le puse una ramita de cilantro porque me encanta, pero no me la comí, para que no se me saliese cuando me rajaran los intestinos.

 

Gazpacho de vino

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Publicado en la revista planetAVino nº50, agosto/septiembre 2013

INGREDIENTES

1 barra de pan duro
1 litro de agua
1 kg de tomates
1 Pepino
1 pimiento
1 diente de ajo
1 cebolla
1 litro de agua
Sal aceite y vinagre
 

Los gazpachos no llevan vino, al menos los más tradicionales, pero la idea me vino al ver la clasificación que Dª Emilia Pardo Bazán hacía de las sopas en su libro La Cocina Antigua Española.
 
En el apartado de “Sopas frías” indicaba: “Sopas frías en vino” y “Sopas frías en agua”. Simpático, aunque el contenido defraudase estrepitosamente.
Sin embargo sentí ese gusanillo que se nos revuelve en el estómago cuando percibimos una luz a seguir, y como el tema de los gazpachos me ha interesado desde que vislumbré su complejidad, decidí retomar el tema desde otra perspectiva.
Según el D.R.A.E., la etimología de esta palabra viene del “hispano árabe *gazpáčo, y este del griego γαζοφυλάκιον, cepillo de la iglesia, por alusión a la diversidad de su contenido, ya que en él se depositaban como limosna monedas, mendrugos y otros objetos”. Por una vez y sin que sirva de precedente, felicitemos a los señores de la RAE, porque hasta ahora se tomaban como buenas las de Corominas y María Moliner, que situaban su origen en el latín “caspa”, en alusión a los trocitos de pan que lo componían.
Es cierto que en los pocos libros que existen sobre cocina nazarí se habla de sopas frías que bien se podrían considerar como gazpachos, de hecho el archiconocido Ángel Muro, en su libro El Practicón, llamaba “Sopa fría española” a los gazpachos, en un interesante y extenso trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que se publicó en el siglo XIX y por un afrancesado tan radical que la casi totalidad de sus recetas son traducciones de la obra de Escoffier.
Volviendo a sus orígenes, hay que apuntar que aquellos gazpachos árabes eran lo que hoy llamamos Ajoblanco, pero la costumbre popular de comer sopas de pan duro remojado en agua puede venir de la más remota antigüedad. De hecho en Italia hay un plato de origen toscano, aunque se consume en toda la península, llamado Panzanella, y que algunos antropólogos sitúan ya en el menú de los legionarios romanos. Dicho plato ha seguido una evolución muy parecida a la de nuestro gazpacho, primero se hacía con pan duro mojado en agua y aliñado con aceite y cebolla picada, y, cuando llegó el tomate, se convirtió en su ingrediente principal (la diferencia es que se come como ensalada sin majar, no como sopa).
Yo creo que lo único que se puede afirmar con cierta seguridad, es que se trataba de un plato de gañanes, de gente miserable, como dice el diccionario de Covarrubias (1611): “Es comida de segadores y de gente grosera”, donde se majaban ajos y cebollas, cuando las había, y si no, pues nada, pan y agua, como describe con crudeza Blasco Ibáñez en su novela, La Bodega, mostrando la sórdida vida de los vendimiadores jerezanos a finales del siglo XIX.
A partir del siglo XVII llegaron los productos de América y algunos se adaptaron de tan vertiginosa forma a nuestra tierra, que en los meses de verano su abundancia llegaba a tal punto que a veces ni se recogían. La gente humilde del campo como los braceros y los vendimiadores comenzaron a utilizar en sus comidas tomates, pimientos, pepinos o lo que cayese. Como el vinagre abundaba (apenas había sistemas de estabilización de los vinos), pues se aliñaba así y en las épocas de la molienda en las almazaras, cuando Andalucía rezuma aceite de oliva, también se ponía éste en el puchero. Con la llegada del duro y estéril invierno, la perola con agua y pan se acercaba a la lumbre y así comían caliente, pero sin sustancia, aunque si caía algún conejo o había que sacrificar alguna oveja, pues allá que iba.
Con este rollo quiero simplemente decir que gazpachos ha habido tantos como la fortuna proveyese, y ahora, cuando tenemos al alcance de la mano todos los días del año tantos ingredientes como nuestra imaginación desee, no sería difícil hacer todo un libro de gazpachos, y todos defendibles desde el punto de vista histórico (bueno sin pasarse, porque los de Tragabuches, Viridiana, Aponiente, Calima y demás cocineritos Versace, no tienen argumento ni fundamento).
Como en ese proceloso mundo llamado Internet cada vez que algún imbécil publica la última majadería que se le ha pasado por la cabeza, aparecen mil “copia y pega” que prodigan la noticia, ahora circula la información de que fue el turismo que llegó a España a finales del XX, el responsable de ensalzar este plato. He de apuntar que en 1913, en el ya citado libro de la condesa de Pardo Bazán, se lee:“En otro tiempo se consideraba tan popular, que en una mesa algo refinada no cabía presentarlo. Hoy el gazpacho se ha puesto de moda y, helado, se sirve como sopa de verano en la mesa del Rey y en las casas más aristocráticas.”
 
Gazpacho de Turmix
Vaya sandez de nombre, se dirán ustedes, pero es que antiguamente los gazpachos se hacían en morteros, lo cual, además de requerir la presencia de recipientes de gran tamaño que hoy no existen, dejaba una textura muy especial, nada parecida a la que se obtiene con una trituradora eléctrica. Además su elaboración requería de grandes dosis de paciencia. Una imagen muy popular era ver a las mujeres andaluzas majando horas y horas para conseguir una sopa mínimamente cremosa.
En esta receta voy a dar un truco especial Turmix, que hará de nuestro gazpacho una crema tan aterciopelada que hasta el propio Carême desplazaría su mejor Vichyssoise en favor de este gazpacho.
 
Ingredientes:
Uno, uno, uno, uno..., fácil de recordar, aunque cada cual puede introducir las variantes que les parezca oportuno. En Asturias los pepinos no gustan, pues se quitan y santas pascuas. ¿Cuánto aceite?, yo le pongo ¼ de litro, porque es parte de la gracia y suavidad, pero si hay quién quiere restringir las calorías, pues que lo limite, igual que el pan se puede quitar (como mi mujer es celiaca, ahora lo preparo sin él). En cuanto a la sal y al vinagre, pues más de lo mismo, aunque con el vinagre conviene pecar de tacaño, porque durante el reposo (un buen gazpacho debe reposar toda una noche), los ácidos del tomate se desarrollan y lo que era un buen punto al hacerlo, puede resultar excesivo al día siguiente. También hay que cuidarse de no tocar la sopa con nada metálico, porque hace reacción con esos ácidos y distorsiona mucho el sabor. Lo mejor es usar recipientes de barro o de cristal y cucharas de madera o Teflón.
Dicho esto, partimos todos los ingredientes en trocitos y los ponemos a remojo en agua durante un par de horas. Luego se pasa por la Turmix a máxima velocidad y se devuelve a la perola para que repose otra hora. ¡Este es el truco Turmix! Después de ese reposo, se vuelve a pasar por la picadora a máxima velocidad y verán como cambia de aspecto, un auténtico velouté
Si no les gusta el nombre, pueden poner el suyo propio, el de su pueblo, o incluso el de algún famoso. Me juego una cena a que ya hay algún hortera que puesto en su carta “Gazpacho Reina Sofía”.
 
Gazpacho de vino
Con todo lo anteriormente dicho, ya se pueden imaginar ustedes por dónde voy a salir. Pues sí, la deslumbrante invención consiste simple y llanamente en cambiar el vinagre por vino, por eso había que hacer tanta poesía.
La verdad es menos sórdida de lo que parece porque en realidad este plato es el resultado de todo lo analizado a lo largo de este trabajo. Eso y un aliño que aprendí en Burdeos, región en que la gastronomía gira alrededor del vino y donde una ensalada que lleve vinagre es como una blasfemia. Allí probé por primera vez una lechuga aderezada con aceite, sal y ¡vino tinto!. ¡Deliciosa!
Entonces me pregunté por qué en Jerez no se prepara el gazpacho con vino fino. La respuesta es obvia, el gazpacho era comida de braceros y el fino era para los señoritos (principalmente para exportar, pero el que se consumía in situ, era exclusivo de los bodegueros y allegados), algo que en esa región es inmiscible.
Hice varias pruebas, algunas sorprendentes, como una sopa de fresas con aceite de oliva y amontillado, impresionante, aunque para mí eso no es un gazpacho, porque la base de éste ha de ser el pan.
De modo que probé con un Gazpacho de Turmix, en el que cambié el vinagre por un vino tinto malagueño, un blanco seco del Penedés y un fino de Montilla.
Con el tinto el resultado fue vertiginoso, espectacular, porque la combinación de los taninos con los ácidos del tomate (acético, cítrico, málico, oxálico) dio un resultado explosivo. Es una opción a valorar, aunque el color es un poco siniestro.
El blanco catalán, seco y notablemente ácido, se comportó muy bien, tanto que apenas si se notaba el cambio. Parecía un gazpacho ligero de vinagre, aunque en boca se notaba mucho cuerpo.
El tercero, el preparado con un fino de uva Pedro Ximenez, resultó el más convincente, porque manteniéndose en la tipicidad del gazpacho andaluz (el de tinto era otra cosa), desplegaba unos aromas sorprendentes, mucho más nítidos al vino de lo que había calculado, de modo que cada cual lo puede dosificar según el resultado que se busque, pero aunque destaque, el plato es delicioso, un tanto sorprendente, pero exquisito.
 
Otros gazpachos
Y aquí sí que podemos hacer un cajón de sastre tan grande como nos permita la imaginación, porque no hay límite de productos, desde al famoso Ajo blanco elaborado a base de ajos, pan y almendra cruda molida, hasta las Mazamorras, que son un tipo de gazpacho americano preparado con base de maíz, y lo que se quiera añadir, como por ejemplo aguacate, que es lo que propongo con esta foto. Es curiosa esa etimología, porque viene de “maza” y “morra”, que es sinónimo de golpear, así que significa algo así como golpear con un mazo, o sea, majar, que es como se hacían los gazpachos. He de apuntar que la mayoría de las mazamorras que se preparan hoy día en Centroamérica son dulces, bien de remolacha, bien con frutas diversas.
Podemos enumerar unos cuantos nombres que giran en torno a esta popular forma de comer, porque es lo que fue durante siglos.
Empezando por el que parece el más antiguo, el ya citado Ajoblanco, que a su vez tiene un sinfín de variantes, pero que en su base se reduce a un majado de almendras crudas picadas, ajo, pan duro remojado, aceite, sal y vinagre de vinagre de vino blanco.
El siguiente en popularidad sería el Salmorejo cordobés (aunque cada pueblo reivindica su paternidad), que sucintamente viene a ser un gazpacho, pero sin pepino y con mucho pan, tanto que el resultado es más una pasta espesa, como la salsa romesco catalana, que una sopa. Suele servirse con guarnición huevo duro y jamón serrano, así que es un plato moderno.
Una variante del salmorejo es la Porra antequerana, que no tiene más interés que algunas anécdotas y que a veces se sirve con migas de bonito en aceite.
Otra variante malagueña es el Zoque, prácticamente una Porra, aunque suele pasarse por un colador para que ofrezca un aspecto más cremoso.
De la Mazamorra ya comenté su derivación americana, pero en Andalucía sigue preparándose un majado de pan duro remojado, ajo, aceite, sal y vinagre, o sea, un gazpacho primitivo, precolombino, que se llama así. Se suele acompañar de aceitunas negras.
Parecido es el Aguaíllo de Lora, aunque a este se le incorpora cebolla cruda y lleva tanto ajo que casi parece un alioli.
Muy original, sobre todo por el sabor, es el Gazpacho murciano. No lleva pan y no se maja, solo se pican muy finas las hortalizas, se aliñan, se cubren con agua fría y se deja macerar un par de horas. Tiene otra peculiaridad que es el uso de orégano fresco, que se pone en abundancia y aporta un sabor sorprendente.
Aunque me suena a cocina de autor, hay un Gazpacho valenciano preparado con horchata, pepino, miga de pan y menta fresca, que merece la pena reseñar porque es delicioso.
Por parentesco semántico cito el Gazpachuelo, plato también malagueño, pero que no se parece en nada porque se trata de una sopa caliente de pescado ligada con mahonesa. Si hablásemos de gazpachos calientes, habría que escribir otro artículo con los manchegos, galianos, valencianos, etc., pero esa es otra guerra.

 

Las recetas de PlanetAVino

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Tal y como explico en la carátula de esta sección, Cocina al vino , en la revista Planeta Vino hemos creado una sección llamada: Cocina Al Vino. Porque no es lo mismo cocinar al vino, que echar un chorrito de cualquier cosa".

Estas son las recetas ya publicadas, pero no se pierda la última y compre, o mejor aún suscríbase, a la que sin duda es la publicación entorno al vino, más seria del país,
Planeta Vino (si es que los que escribimos de vinos podemos ser algo serios).
Están ordenadas por orden temático, pero cuando las pinchen, en cada una de ellas, verán la fecha de su publicación.

Menús Navideños

Cada año, a mediados de otoño, a mi querido amo el Proensa se le ocurre alguna idea genial para celebrar las fiestas navideñas, algo que puede parecer un contrasentido en una peña en la que quién no es ateo es hereje, pero bueno. El caso es que cada año afrontamos estos repugnantes días que “too er mundo e güeno” y sube hasta el precio de la gaseosa, con un talante distinto, ora de derroche, ora de ahorro, así que pinchen en los respectivos años y háganse idea del trajín que nos monta el angelito. Como desear que llegue la Nochebuena.

Entradas

Pescados y mariscos


Carnes

Postres


  En la misma revista hay otra sección titulada “El Toque del Quera”, donde despotrico contra las golfadas y atropellos que vivimos a diario los consumidores de esta España Siglo XXI. Si quieren leer las últimas burradas, pinchen
aquí

Maridaje Valserrano Finca Monteviejo con la cocina de Seri

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Publicado en la revista planetAVino Nº 19, Junio/Julio 2008

MESÓN DE LA VILLA  
Plaza de La Sal, 3 
ARANDA DE DUERO - BURGOS
Teléfono:          947 501 025

Finca Monteviejo
Bodegas de la Marquesa
DO: Rioja
Uvas: 95% Tempranillo, 5% Garnacha
Crianza: 16 meses de barrica nueva
P.V.P.: 30 €

 

Rioja Valserrano Finca Monteviejo con la cocina de Seri en el Mesón de la Villa de Aranda de Duero.
 
Reconozco que soy el típico rompepelotas que lleva la contraria por vicio, pero anda que el Proensa, esta vez me ha ganado, porque mira que maridar la más excelsa y tradicional cocina castellana, nada menos que la de Seri, la joya de Aranda, precisamente el día en que se celebraba el Congreso de la Ribera del Duero, con un vino de La Rioja Alavesa, hay que echarle guindas al pavo. Pero como el que manda, manda, pues tira millas.

La verdad es que la experiencia fue una delicia, porque las anfitrionas, Serí y Mariví (su deliciosa sobrina y hoy capitana de la nave), nos acompañaron en todo momento, narrando como habían preparado cada plato, desde la historia de los alimañeros que les traían las trufas, hasta como hacer un hojaldre tan vaporoso que incluso yo, que soy diabético y odio los dulces, rebañé el esmalte del plato.
Los bodegueros, Juan Pablo y su hijo Pablo, de Simón, hicieron lo propio con el vino, comentando esos entresijos que solo los bodegueros conocen, pero que en esta sección les vamos a desvelar. Bueno, un poco.
 
El vino.
Como todos ustedes, queridos lectores, son personas inteligentes que consultan habitualmente la guía Proensa, no voy a entrar en muchos detalles organolépticos ni históricos de la bodega (para eso está el amo), solo un perfil a vuela pluma para quién no conozca este Valserrano Finca Monteviejo, que se comportó como un “Todoterreno” (he de reconocer que el tirano ha vuelto a acertar con la elección del vino).
Es un rioja clásico, con esos potentes aromas a madera que definieron el perfil de la región hace años, aunque, según afirman los de Simón, está criado en roble francés. Quizás sea el coupage tradicional de tempranillo, graciano y garnacha, lo que le da ese toque tan riojano, pero lo más divertido fue como fueron cambiando las percepciones según fuera el bocado, desde un exceso de madera que salía con los escabeches, hasta su casi total desaparición y afloramiento de unas exuberante frutas sobremaduras, que se marcaron con el lechazo.
Pero de eso hablaremos más adelante.
 
La cocina de Seri.
Cualquiera que me conozca sabe que siendo adoración por esta maestra de maestros, porque fue Serí quién nos enseñó a todos los pioneros de la cocina actual española, a preparar tantas y tantas delicias.
Debería reconocer que no soy objetivo, porque Serí es mi segunda madre culinaria, pero no, mi posible subjetividad se ve enmendada cada vez que vuelvo a esta casa y pruebo esas maravillas de la cocina tradicional castellana, que, como decía Joaquín Merino en su libro “Medio siglo de gastronomía española” sobre la tortilla de patata deconstruida: “…para qué narices hacía falta deconstruirla, si estaba tan rica de toda la vida”.
El recetario de Seri es infinito, porque la cocina castellana tradicional es infinita. Miles de años de historia, con tradiciones tan hedonistas como la romana, la judía, la árabe, e incluso la visigoda (antes de que los Reyes Católicos nos jodieran la fiesta), se unen en un crisol que, sobre fogones de leña de encina, destila las más sublimes esencias de una campiña en que no falta una textura, un sabor, ni un aroma, a cual más embriagador (ya sé me ha quedado muy cursi, pero es que la morcilla de Burgos, me pone tonto).
 
La fiesta.
Empezamos por probar el vino con pan, como Dios manda, solo que en esta ocasión este era nada menos que una Torta de aceite de Aranda, o sea, que hubiéramos podido seguir comiendo pan y vino hasta hoy. Espléndido por unanimidad.
De aperitivo un poco de Jamón ibérico de bellota, prueba de fuego que ningún tinto supera con brillantez (en su día probamos con Échezaux 91 de la (Romanée Conti), Opus One 88 (Napa Valey), San Román (Toro), Petrus 79 (Pommerol), Château Trotanoy 92 (Pommerol), Baron de Pichon-Longueville 95 (Pauillac) y Château Latour 94 (Pauillac), y ni con esas), aunque si están buenos el jamón y el vino, como es menester, pues chachi.
Y lo mismo con el Asadillo de pimientos, aunque a Pablo le encantó porque estaban un poco dulces y eso le realzó el vino. Claro que en esos momentos teníamos hambre y sed, malos compañeros de cata.
La Morcilla de arroz estaba divina (tuvieron que freír más porque me la comí antes de hacer la foto), crujiente, perfumada de especias silvestres, suave, ¡Mmmhhhhhh! Pero como mejor funcionaba con el vino era acompañada de un pizquín de pan, lo cual no es deshonra, solo un consejo que el Dr. Proensa apuntó con gran acierto.
La primera experiencia dura fue el Revuelto de trufas. Quiero reseñar que en realidad no son trufas, sino turmas o criadillas de tierra (Terfezia arenaria), nada que ver con la familia de las tuberáceas y menos con la trufa blanca (Tuber magnatum), como algunos critiquillos confunden. Yo siento pasión por este plato, así que cuando lo vi en el mostrador, le supliqué a Mariví que lo incluyese en el menú. Curiosamente, tanto el huevo como la turma, dos verdugos del más preciado tinto, se compensaban, neutralizando el hongo los sabores azufrados del huevo y el huevo los vegetales de la criadilla, configurando un conjunto armónico que permitía al vino expresarse sin el menor contratiempo, curiosidad que no pasó desapercibida por Juan Pablo quién dijo que haría la prueba con unos huevos fritos nada más llegar a casa (esperemos que nos prepare un revuelto cuando vayamos a bodega, porque en Rioja también hay turmas).
El Pastel de verdura, una de las más famosas obras maestras de Seri, estaba tan delicioso como siempre, pero como el Proensa es vegetófobo, pues crucé una mirada cómplice con María Jesús en la que nos dijimos: “Verás qué risa”. Bueno pues no. Se lo zampó y hasta hizo alabanzas, no sin antes comentar: “Que no se entere mi madre, que me mata”. La verdad es que la salsita del gratinado (secreto de estado), arropaba las hortalizas hasta el extremo de no reventar el vino, aunque no es que sea lo más recomendable para un reserva, pese a que Seri, la madre de la criatura, comentó: “Hay que ver qué bien va este vino con el pastel. Es el mejor que he probado”. Así que chapó.
La mayor expectación venía con el escabeche, porque por ahí si que no pasa ni el caballo de Espartero. Pero ¡Ay! Es que los escabeches de Seri son otra cosa. Tantas veces he hablado de ello que temo repetirme más que la morcilla asturiana, pero baste con decir que Andrés, pese a ser ateo confeso, dijo que había visto a Dios y, mientras levitaba, nos comimos su plato. A mí, que ya conozco el percal, me pareció que el vino, pese a soportar el envite, quedaba algo áspero y aparecían las maderas demasiado marcadas, pero como todos estaban extasiados con la ensaladita, pues me callo, aunque aconsejo dejar pasar unos minutos entre bocado y trago.
Lo más gracioso fue cuando salió el asado (hubo unas chuletillas al sarmiento, pero para el maridaje es lo mismo). De pronto el exceso de madera desapareció y un frutero lleno de arándanos y ciruelas negras, se apoderó de la mesa. Fue una verdadera sorpresa y el momento más agradable de la cata, sobre todo para mí, que soy un forofo de estos sabores golosos a mermeladas y chocolate. Les aconsejo que hagan la prueba para ver hasta qué punto puede llegar a cambiar un vino, en función del plato que acompañe.
Con los postres llegó la discordia, porque los bodegueros dijeron que era como más les gustaba su vino, pero a mi me pareció que desaparecía de la boca y quedaba solo un sabor amargo no precisamente agradable. Claro que los Florones y el Hojaldre relleno de crema de Seri son tan espectaculares, que eclipsan cualquier vino.
Quizás, unos minutos después de haber rebañado la última miga de hojaldre, como copa de sobremesa, el vino volviera a su elegancia, complejidad y poderío, pero con el postre, no. Tampoco es un demérito, pero no. Según el amo, es un problema de descompensación de acidez, porque claro, un hojaldre de crema, si algo no tiene, es un pelo de acidez, así que hasta puede que lleve razón.
 

 

Maridaje Chivite colección 125 con la cocina de Sula

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Publicado en la revista planetAVino nº 17 , Febrero/Marzo 2008

Restaurante Sula
C/ Jorge Juan, 33
28001 Madrid
91 781 61 97
 
Chivite colección 125
Bodegas Juan Chivite
www.chivite.es
D.O.
: Navarra
 

 

 De qué va esto.
Parece que cada vez hay más enolocos que llegan a un restaurante, piden un vino y, a partir de ahí, confeccionan el menú que les parece que mejor casa con la bebida. De hecho ya se está incluso promocionando la idea de que algunos restaurantes permitan al cliente llevar la botella bajo el brazo para así demostrar que su negocio no está en clavar un 300% de margen, si no en cocinar y dar buen servicio, algo por lo que los clientes suelen están de acuerdo en pagar, incluso generosamente.

Así surgió esta idea que hemos llamado “Comer en torno a un vino” y que consiste en esto, en buscar un restaurante particularmente apetecible, elegir de su carta el vino que más nos atraiga, pedir cada cual el plato que llame su atención y, después de ponernos ciegos, comentar lo que nos han parecido los platos y sus relaciones con ese vino.
Para inaugurar la sección elegimos el restaurante Sula, lo más súper mega fashion del momento madrileño y casi nacional, porque el demiurgo culinario es nada menos que Quique Dacosta, ese cocinero alicantino que está haciendo levitar a los críticos amantes de la creatividad coquinaria y de la voluptuosidad etérea de las percepciones sápidas (llamar comida a esas trascendencias organolépticas, sería una ordinariez).
El vino, por imperativo legal del tirano Proensa, fue el Chivite colección 125 del 2002. Discutimos un poco, pero el debate terminó cuando el jefe nos explicó: “Todos tenéis derecho a opinar, pero la razón la tengo yo”. Bien. La verdad es que a pesar de ello, pues hay que reconocer que tuvo razón, porque el vino se comportó incomprensiblemente bien en casi todos los terrenos.
 
La mesa de enolocos.
Por ser esta la jornada inaugural, y abusando de la generosidad del amigo Joselito, nos presentamos al ágape nada menos que diez contertulios, a saber y por orden de intervención:
  • Andrés Proensa: de sobra conocido por todos ustedes y hasta por más gente.
  • Mª Jesús Hernández: la parte buena de planetAVino.
  • Alida López-Acevedo: doctora en derecho fiscal y asesora del grupo en situaciones de máximo riesgo.
  • Eva Luceño: Directora de Duco, gabinete de enoturismo y coaching de vino de Ribera de Duero.
  • Mª de la O: Fisoterapéuta responsable de los tratamientos de reanimación de la peña en casos graves.
  • José Gómez: copropietario del restaurante Sula y de Joselito (El mejor jamón de mundo).
  • André Keusses: experto en telecomunicaciones y responsable del departamento extraterrestre de www.enciclopediadegastronomia.es
  • Juan Carlos Daza: diseñador gráfico y enlace entre el Cielo y la Tierra en los momentos de levitación de los comensales.
  • Pepe Iglesias: que soy yo.
  • Álvaro Prieto: el fotógrafo del equipo, que se lució...
 
La faena
Estando presente el anfitrión Joselito y como no podía ser menos (de lo contrario hubiera habido sangre), la sesión se inició con unos platos de Jamón y Lomo ibérico, marca de la casa, Gran Reserva del 2003. Hubo opinión unánime sobre el magnífico comportamiento del vino con el jamón, no así con el lomo que eclipsaba el vino a causa de un ligero toque ahumado. Por llevar la contraria, Proensa dijo que le gustaba mucho como funcionaba con el lomo porque le limpiaba bien la boca y la grasita ahumada ensamblaba bien con los taninos, mientras que el jamón marcaba en exceso la acidez del vino, y yo, por no ser menos, dije que con el jamón no había mejor acompañamiento que la manzanilla. Pero no nos hicieron ni caso y disfrutamos como gorrinillos con aquellas deliciosas lonchas de esencia divina, digo..., porcina.
Hubo un aperitivo de Ajo negro con espuma de queso Cañajeral, que estaba realmente agradable y no ofreció el menor reparo con el vino, pero como quedaba algo de jamón, pues salvo el amanuense - que era un servidor – nadie prestó mayor atención.
Más complicado fue el Lingote de foie envuelto en oro y con hoja de ostra, porque la mitad dijo que sí, y la otra dijo que no. Bien es cierto que la mitad que disfrutó con el ese maridaje fue la que estaba cerca de Proensa, para quién la acidez de los taninos rompía la grasa, limpiando y refrescando la boca, mientras que la discrepante fue la que se apuntó a mi sugerencia de un Château d’Yquem, pero que no fue atendida.
Luego vino un plato de Boletus a la brasa con panceta que planteó un interesante debate, porque el perfume de los boletus superaba el vino, pero comido con el crujiente de panceta, resultaba ideal. Como yo me comí todo el plato de un solo bocado, resultó delicioso y perfectamente armónico.
Mª Jesús pidió el Tartar de atún (yo creo que recordando el que había comido en mi casa meses antes) y claro, pifió, porque llevaba unos gajos de naranja, muy agradables con el pescado crudo, pero que no hay vino que resista.
Eva eligió un Carpaccio de boletus con unas bolitas de oro que contenían crema de manzana. Tan divertida era la combinación que apenas si llegamos a analizar su relación con el vino, pero llegamos a la conclusión que sucedía lo mismo que con el otro plato de hongos, es decir, que por separado no combinaba, pero comido a la vez sí, aunque claro, hay que ser memos, porque si el cocinero se ha dejado los sesos pensando en la mezcla, será para comerlo todo junto y no cada cosa por su lado.
María escogió la Ventrisca de ibérico con espuma de patata, una de esas modernidades que tiene que asarse durante ocho horas para resultar en su punto y la verdad es que acertó, porque era una delicia, aunque para mi modesto entender, con el cerdo no hay mejor maridaje que el un vino blanco joven y perfumado, tipo Gewürztraminer, Riesling, Albariño, etc. Otro tanto hay que decir de la Presa ibérica con verduritas y Parmesano que despertó pasiones en la mesa y todo el mundo aplaudió lo bien que acompañaba al vino, menos yo, claro, que es quién tenía razón.
El matrimonio Keusses compartió un Arroz meloso con níscalos y callos de bacalao que al parecer, además de estar sabrosísimo, combinó a la perfección con el vino, opinión unánime, salvo la mía, pero es que tengo rencor hacia los intestinos piscícolas, así que ni lo probé y por tanto no tengo opinión
Andrés quiso hacer la gracia y escogió una Perdiz escabechada, un verdugo para cualquier tinto serio, sin embargo y milagrosamente, el escabeche estaba tan suave, que la combinación resultó deliciosa y al jefe le salió el tiro por la culata.
Y por fin mi elección, que no es por nada, pero dí en al clavo con una Dorada tostada con cuscús de tomate y esencia de ibérico, que fue un campanazo. Según el Pro: “La caramelización y el toque de jamón, arman el plato y evitan esa sensación acuosa que suele dar el pescado con el tanino de los vinos tintos”. Amén. Lo cierto es que la combinación resultó tan armónica, que me quedé sin apenas comer porque todo el mundo metió mano en mi plato y me dejaron a dos velas, lo cual fue una triste gracia porque estaba buenísima.
Muy a pesar mío, he de reconocer que la comida fue apoteósica (lo digo porque estoy hasta la coronilla de menús largos y estrechos), porque la cocina de Íñigo Gartzia es de un nivel que no me extrañaría que le cayese pronto una estrella y el vino se comportó majestuosamente (tener que dar la razón al Proensa me saca de quicio, pero cuando tiene razón, pues la tiene), dando notas brillantes, como fue el caso de la dorada y el arroz, aguantando envites heroicos como el del escabeche, sabiendo estar con las carnes y negándose al juego donde no correspondía entrar, como es el caso de los postres y del Tartár de pescado con naranja, un capricho femenino que me va a costar un disgusto, pero el rigor periodístico ha de prevalecer incluso sobre los amores platónicos. Perdóname Mª Chus, pero ..., entiéndeme.
Creo que la experiencia fue realmente interesante, por lo que les aconsejo que prueben ustedes (el restaurante Sula tiene en su carta el vino tinto Chivite colección 125 del 2002), nosotros por nuestra parte haremos lo propio con otros vinos y en otros comedores, eso sí, procurando que sean siempre de lo mejorcito. Ya de trabajar, por lo menos disfrutar haciéndolo.

Pochas con tocino y albahaca

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Agosto 2013

INGREDIENTES

1 Bote de pochas de Navarra
1 Cebolleta fresca
6 dientes de ajo
6 tajaditas de tocino de jamón ibérico
½ guindilla
1 Manojo de albahaca fresca

Las pochas son un tipo de alubia blanca que se consume en fresco, es decir sin secar o a medio secar, por lo que puede considerarse una verdura, aunque en realidad es una legumbre, algo así como los guisantes.
 
Esta peculiaridad hace que su consumo estuviese muy limitado a las regiones de producción, principalmente La Rioja y Navarra, y al periodo de recolección, que solía en los meses de marzo y abril, pero al igual que sucede con los ya citados guisantes, hay numerosas conservas que ofrecen este producto con excelente niveles de calidad, por lo que podemos consumirlas todo el año y en cualquier punto de España.
El segundo ingrediente en importancia es el tocino. Este producto limita un poco la preparación de este plato porque no es muy habitual tener un jamón ibérico de bellota en la cocina. Yo suelo comprar paletas de Maldonado, algo extraordinario y, como tiene bastante tocinillo, pues cuando lo abro y según lo voy consumiendo, recojo las partes más limpias y las conservo en la nevera para hacer numerosos guisos. No conviene tenerlo mucho tiempo porque el frío enrancia la grasa, pero bueno, unas semanas sí.
Y el tercer elemento en discordia es la albahaca fresca. Hasta hace no muchos años era costumbre popular tener una maceta de albahaca en el alfeizar de la cocina, un perfume natural delicioso que para más ventura ahuyenta los mosquitos y condimenta miles de platos (en Italia es habitual tener un frasquito de Pesto para echar una cucharada en todas las comidas). Hoy, salvo algunas casas tradicionalistas andaluzas, es difícil ver esta planta salvo en mi casa, claro, donde nunca falta, ni en invierno ni en verano.
Este plato lo preparé de chiripa porque íbamos a comer unos escalopes y ya no me daba tiempo de hacer una Ensalada de patata, así que buscando en la despensa me topé con un bote de pochas y me dije “Guarnición solucionada”. Luego, al probarla, nos gustó tanto que casi dejamos los filetes para la perrina.
 
La receta
En un sartén grande ponemos un poco de aceite de oliva, las tajaditas de tocino, el ajo picado, la guindilla en rodajas y la cebolleta cotada en lonchitas. No se trata de freírlo, ni siquiera de dorarlo, solamente darle un par de vueltas, saltearlo un par de veces para que se embadurne todo.
Inmediatamente vertemos las pochas, rehogamos y dejamos que vayan lentamente cogiendo calor, con la sartén tapada.
Mientras picamos la albahaca y, cuando estemos a punto de comer, la espolvoreamos por encima y removemos todo con cuidado de no romper las pochas, que son muy delicadas. Hacemos esto al final porque los aromas de la albahaca son sustancias muy volátiles (cineol, linanol, estragol, engenol) y con muy pocos minutos de cocción desaparecen, mientras que si ponen al final, se fijan a la grasa del guiso y llega a la mesa íntegros.
Como ya comenté en la entrada, este plato lo preparé como guarnición, pero luego resultó tan rico, que bien se puede comer de entrada, como de hecho suele hacerse en Navarra y La Rioja.
 
Si lo usamos como guarnición es aconsejable tener en cuenta el alimento principal, aunque los aromas de estas pochas son tan potentes, que deben siempre tenerse en cuenta.
Si nos centramos solo en este plato, a priori yo hubiera recomendado un rosado, mi vino preferido con las verduras y la mayoría de los platos de esas regiones hortícolas, pero coincidió que tenía que probar un Ribera de Duero del 2001, que como suele ser habitual estaba ligeramente pasado (oxidado, amontillado, que se dice popularmente), y resultó una combinación deliciosa. En España no suelen tenerse en cuenta estos vinos, craso error porque pueden aportar muchas satisfacciones, aunque es muy difícil controlar el punto de maduración. Si no quieren meterse en dibujos, yo les aconsejaría probar con un Chivite colección 125, a ser posible con más de diez años.
 
 

 

Arroz Basmati con verduras

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Publicado en el Diario El Comercio, año 1997. Reformado e ilustrado en noviembre 2009.

INGREDIENTES (4 personas)

250 grs de Arroz Basmati
3/4 de litro de agua mineral
1/2 cucharilla de hebras de azafrán

Para el aderezo:
3 dientes de ajos,
1 cebolla
100grs de pollo
1 latita pequeña de guisantes
1/4 de bote de garbanzos al natural,
50grs de almendras  y anacardos.
Especias al gusto: anís estrellado, comino en grano, clavos rotos, canela en rama, etc.

El verdadero origen del arroz no está en la China sino en la India, en esa gigantesca marisma de millones de kilómetros cuadrados que forma el santo río Ganges en su desembocadura al Golfo de Bengala, llamada Las Bocas del Ganges, y cuyo caudal, procedente del techo del mundo, el gigantesco Himalaya, anega ininterrumpidamente los más exóticos arrozales que uno pueda imaginar.

En la India hay infinidad de variedades, pero quizás la más deliciosa y peculiar sea el Basmati, un arroz de grano muy largo que ya se puede encontrar en nuestras mejores tiendas.
No es costumbre en España lavar el arroz, sin embargo esta es una precaución que nunca debería obviarse, ya que de esta forma se elimina el exceso de almidón, y de paso se rehidrata algo el grano.
Para ello ponemos el arroz en un cazo con abundante agua fría, removemos con la mano procurando restregar suavemente los granos entre los dedos. Cambiamos el agua y repetimos la operación hasta que veamos que el agua queda completamente limpia y trasparente. Escurrimos y dejamos que el grano descanse y se hinche durante una hora.
Estas precauciones deben hacerse con todos los arroces, no solo con el Basmati, y así veremos como en apenas cinco minutos de cocción y otros tantos de reposo, logramos unos platos en su punto, con el grano entero, suelto, y un pelín al dente, que es como está más rico.

La receta
El Basmati requiere una cocción muy especial, en saturación de agua.
Se pone en un cazo con el triple de su volumen de agua fría, un puñado de sal, y unas hebras de azafrán. Se lleva a ebullición y se deja cocer durante diez minutos, hasta que veamos que los granos empiezan a estar blandos, pero ¡ojo!, han de estar duros en su interior.
Entonces se escurren bien y se dejan en la misma olla bien tapados, para que absorban la humedad hasta el alma.
Mientras preparamos un sofrito con ajos, cebolla cortada en aros, el pollo cortado en daditos, guisantes y garbanzos de lata, almendras peladas y anacardos, y algunas especias, tales como anís estrellado, comino en grano, clavos rotos, etcétera.
Este sofrito debería hacerse en mantequilla, más concretamente con ghee, que es una especie de mantequilla sin suero, pero el sabor sería demasiado chocante, y es mejor usar un aceite inspído, por ejemplo de maíz.
Cuando empiece a tomar color añadimos el arroz que durante el tiempo de reposo se habrá quedado completamente seco y suelto como si estuviese crudo, pero su interior se habrá hecho por completo.
El plato ya está listo, pero se puede refrescar añadiendo trocitos de fruta, como piña, mango o pomelo, incluso algunas hojas de menta fresca, y aparte un tarrito con salsa picanta, y otro con yogur batido con pepino, para refrescar la boca.

   Los arroces tienen fama de ser muy agradecidos, quizás por el almidón o porque una buena paella gusta tanto que parece estar buena con cualquier cosa, pero no es así y menos cuando hacemos un arroz tan exótico como este. Les recomiendo que, según la preparación que vayan a darle, prueben con blanco, rosado y tinto, pero siempre jóvenes, poco secos y muy perfumados. En esta receta en concreto, un Verdejo de José Pariente irá de Gloria.

  Para ver otros registros de cocina exótica, pinchen aquí, y aquí.

Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar en La Simbología de los alimentos

Si observan algún error o desean hacer algún comentario sobre la receta que acaban de leer, no duden en comunicárnoslo pinchando aquí o en contactos, y le atenderemos lo antes posible. Gracias.

Curry de pavo sin gluten

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Agosto 2013

INGREDIENTES

 

1 Kg. de pechugas de pavo
2 Limas
1 Cebolla
3 Ajos
1 Guindilla
Jengibre fresco
1 Yogur natural
1 Manojo de cilantro fresco
2 Cucharadas de salsa de tomate
Anacardos
Pasas
Laurel
Caldo de verduras
 
Para el curry
1 cucharada de comino
1 rama de canela
12 bayas de cardamomo
1 cucharada de semillas de cilantro
1 cucharada de granos de pimienta negra
1 cucharada de cúrcuma
½ cucharada de pimentón picante

Uno de los múltiples conflictos con los que se han de enfrentar los celiacos es que, productos que a priori no tienen por qué llevar gluten, léase chocolate, mostaza, mole, tomate frito, jamón de york, curry, etc., cuando se investiga un poco más a fondo, resulta que sí que llevan harina de trigo, lo que puede suponer un serio disgusto que puede dar con sus tripas en las urgencias del hospital más cercano.
 
Hay que andarse con mil ojos, pero en algunos casos como el curry, en el mercado no hay marcas que lo ofrezcan sin gluten, ni siquiera indican su presencia, por lo que, además de aportarles una solución, queremos utilizar esta página para denunciar un atropello más contra este amplio colectivo que cada día se acrecienta en nuestro país.
Como ya expliqué en otras recetas de Curry, con este nombre se denominan varias cosas, desde una especia en sí, hasta un sinfín de platos elaborados con unas salsas que también llevan ese nombre y cuya peculiaridad es que se preparan con una mezcla de especias que a su vez también se llaman así. Pero hay más. En la India hay mil currys, desde algunos muy suaves de las regiones cercanas al Himalaya, como Cachemira, hasta los abrasadores del sur, Andrha Pradesh, Kerala, Tamil Nadu..., lo que antaño se denominada genéricamente Madrás (hoy oficialmente llamado Chennai), y que son los más famosos, los conocidos currys de Madrás, aunque también son una interminable retahíla.
En realidad curry quiere decir salsa en idioma tamil (kari, que los ingleses convirtieron a su extravagante ortografía fonética por curry), de modo que es como si hablando de la cocina francesa dijésemos sauce, o sea, nada.
Este curry que les ofrecemos está en el perfil de los que podríamos genéricamente denominar Madrás, aunque sin pasarnos con la guindilla.
Es importante tener en cuenta que la salsa lleva un curry preparado por nosotros, pero también una salsa de yogur con especias frescas que contrasta con el curry en sí, un rasgo casi genérico en la cocina hindú, el contraste entre las especias secas y calientes, y las frescas y herbáceas.
 
La receta
Empezamos por partir en trocitos del tamaño de un huevo de codorniz la pechuga de pavo y la ponemos a macerar en el zumo de las limas.
Hemos puesto pavo porque a mi chica, que fue quien en realidad preparó el plato, le dio por ahí, pero también se podía haber puesto pollo o cordero, de hecho con éste último hubiera quedado más jugoso.
Mientras, podemos ir preparando la mezcla de especias, para lo que usamos un gran mortero donde machacamos las indicadas en “Para el curry”.
Picamos fina la cebolla y el ajo y lo pasamos por la sartén con aceite ligero (soja, maíz u oliva refinado). Cuando empieza a coger color, añadimos la guindilla cortada en aritos, en jengibre picado, la salsa de tomate, el pavo y rehogamos. Incorporamos la mezcla de curry, removemos, e incorporamos el caldo hasta adquirir consistencia de crema. Dejamos reposar y templar.
Mientras, en un bol, ponemos el yogur con el manojo de cilantro fresco picado, y removemos con el almirez hasta que veamos que queda bien mezclado.
La parte delicada viene ahora, porque desde el momento que ponemos el yogur, la salsa no debe hervir para evitar que este se corte, así que solo se debe trabajar a fuego muy moderado.
Incorporamos la salsa de yogur, así como los anacardos, las pasas y la hoja de laurel.
Así debe reposar de un día para otro, porque los ingredientes se oxidarán modificando sus sabores y haciendo un conjunto mucho más armónico y agradable.
Al recalentar debe recordarse la máxima de calor moderado, así que mejor hacerlo en una sartén con tapa y dejarlo  con fuego bajo.
La guarnición tradicional es un arroz Basmati. En este caso diseñé uno diferente que bauticé como Basmati verde, no sólo porque las especias le confiriesen ese color, sino sobre todo porque sus sabores dan esa sensación de frescor vegetal.
Todos los platos exóticos, al ir cargados de especias, deben acompañarse sólo de vinos jóvenes frescos y lo más afrutados posible, no confundir con empalagosos o dulzones y menos por mejunjes tipo Canei, Pinord o similares. Conviene que sean vinos con buena estructura de acidez, lo que no es incompatible con la fruta, de hecho si prueban un rosado Gran Feudo de Chivite podrán comprobar de lo que hablo. 

Lassi de coco

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Publicado en el libro La Cocina masónica, Alianza Editorial, año 1997

INGREDIENTES

1 litro de yogur natural
1 coco entero
1 manojo de hierba buena fresca
1 limón
sal, cardamomo, canela, clavo y laurel
 

En la mayor parte de la India los platos vienen condimentados con multitud de especias, generalmente abrasadoras y sofocantes, tanto para la boca como para el estómago, sin embargo para remediar este contratiempo y protegerse de posibles úlceras, los cocineros preparan esta bebida que consiste en yogur muy batido, ligeramente salado o dulce, y especiado según su criterio y en función de la comida que deba acompañar.


Como muestra voy a describir un lassi de coco y menta para que puedan hacer la prueba, pero ya digo que es una bebida que debe probarse dentro de su contexto de comida hindú, con currys, vindaloos, tandoors, etc., con estos platos es una auténtica delicia. Fuera de ahí, no tiene sentido y hasta puede llegar a resultar algo repulsiva.

La receta
1. Tomamos un coco que tenga agua (se oye al moverlo), lo perforamos por los extremos para recoger esta y luego lo metemos en el horno para poder pelarlo mejor (un cuarto de hora al máximo de temperatura). Una vez pelado (se hace rascando la piel fina con un cuchillo), se parte la pulpa, se tritura, se filtra y se une con el resto del agua.
2. En un bol grande pondremos un puñado de hojas de hierbabuena picadas muy finamente, el zumo del coco y un litro de yogur. A partir de aquí hay que batir un buen rato hasta lograr que quede como una crema lisa y finísima. Durante este proceso se puede aromatizar con unas gotas de limón, un poco de canela molida, algo de sal y otras especias suaves como el cardamomo, el clavo o el laurel.
3. Para terminar y sin dejar de remover, añadimos poco a poco medio litro de agua helada, recuerden que aunque algo densa, es una bebida. Se guarda en la nevera durante dos o tres horas para que los sabores se compenetren, y luego se puede ir sirviendo a medida que se consuma. Mejor en cuencos de porcelana que en vasos de cristal, porque el aspecto que deja al beberse no es muy agradable.
4. Esta una fórmula simple, pero sobre esta base se pueden hacer mil variantes, solo hay que cambiar los aromatizantes y comprobar su concordancia con la fruta u hortaliza usada. Por ejemplo la zanahoria funciona muy bien con el comino y la albahaca.

Véase también la receta de las
Raitas, donde hay otra variante de los Lassis.
Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio.
 

 

Basmati verde

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Agosto 2013

INGREDIENTES

1 vaso de arroz Basmati
2 vasos de agua
1 cebolleta fresca
5 dientes de ajo
1 latita de guisantes
1 manojo de menta fresca
1 puñadito de uvas pasas

No es que el arroz Basmati tenga este color, sino que, en las recetas tradicionales, este arroz ofrece un bello color amarillo debido a la presencia de azafrán o cúrcuma (véase la receta de Arroz Basmati ), pero en esta ocasión, como lo preparé para acompañar a un curry que ya llevaba su correspondiente cúrcuma, pues preferí hacerlo en blanco y añadirle ingredientes que no formasen parte del curry, de modo que su aspecto fue este que ven en la foto, y su sabor algo sorprendente, nada que ver con otros basmatis que hubiera preparado hasta la fecha.  

La idea era que fuese algo muy fresco, muy vegetal, sabores crudos, de modo que todo lo que le eché (cebolla, ajos, guisantes, etc.) estaba así, sin tan siquiera pasar por la sartén.
En las diferentes cocinas de la India (ya hablamos de la incongruencia de hablar de una sola cocina india en la receta de las Samosas), un denominador común suele ser llevar a la mesa diferentes preparaciones que se complementen e interactúen aportando diferentes sensaciones, unas crujientes (Appalams o papadums), una refrescante sopa (Lassi), un plato principal con salsa (Curry), incluso un asado seco (Tandoori), y siempre, siempre, una gran fuente de arroz a guisa de soporte alimentario y de equilibrio para el paladar. Siguiendo este principio de contraste, como el plato que íbamos a comer era un poderoso Curry de Madrás, me pareció que el arroz debía ser fresco, con aromas vegetales, de ahí que el nombre de “Basmati verde” no fuese solo por el color en sí, sino por sus sabores a verdor, a hortalizas verdes, a especias frescas...
La verdad es que cuando lo probé, el resultado había llegado más allá de lo que tenía previsto y la sencilla guarnición cobró un papel protagonista, sobre todo junto a aquel poderoso Curry de Madrás.
 
La receta
Como ya he comentado en otras recetas, el Arroz Basmati tiene sus peculiaridades, tales como que debe cocerse en saturación de agua y más tiempo que el de grano redondo. Sin embargo, a fuerza de hacerlo una y otra vez, al final desarrollé mi propia técnica que resulta mucho más sencilla y segura que las convencionales. Como en este caso no intervienen otros ingredientes que la sal, el agua y el propio arroz, aprovecho para explicársela minuciosamente.
Es muy sencillo, solo hay que mirar al arroz. Podemos usar un cacito o incluso una sartén. Conviene lavarlo previamente con agua fría, no tanto como el redondo para el Gohan, pero sí un poco. Ponemos una medida de arroz (por ejemplo un vaso), un puñadito de sal, y dos medidas de agua. Llevamos a ebullición con el fuego a tope, removemos un poco para que la sal se distribuya y los granos reciban el mismo calor. El arroz hervirá a borbotones y cuando veamos que empieza a escasear el agua y aparecer agujeritos en la superficie por donde sale el vapor, apagamos el fuego y, procurando no estropearlo, movemos un poco el arroz para se repartan los granos más secos con los más húmedos. Esperamos cinco minutos para que los del fondo se despeguen (el exceso de calor hace que se deshidraten y queden pegados a la sartén, pero si les damos unos minutos, se rehidratan y resultan perfectamente comestibles). A partir de ahí ya tenemos el arroz cocido en su punto y listo para ser enriquecido con lo que elijamos.
En esta ocasión ya dije que eran sabores verdes, así que cortamos el cebollino en lonchitas no muy finas (es agradable notarlo en la boca), picamos el ajito y la menta fresca, y lo ponemos todo en una sartén grande, junto con las uvas pasas y los guisantes. Rehogamos en aceite de maíz, pero solo para revolver bien los ingredientes, no para sofreír. Añadimos el arroz blanco y ahora sí debemos saltearlo bien para que se caliente. Esto último debe hacerse justo al momento de comer.

 

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